”Casos de fracaso”, la innovación sin complejos… y con museo
Si no tienes tiempo de leerlo, te damos la opción de oírlo 😉
Todos queremos contar nuestros “casos de éxito” pero ocultamos nuestros fracasos. Sin embargo, se suele aprender más de los tormentos que de los aplausos, aunque sean más dolorosos… o quizás, precisamente por eso.
Así lo cree Samuel West, el psicólogo clínico sueco, fundador del original “Museo del fracaso”, con base en Helsingborg pero cuya peculiar exposición recorre diferentes ciudades del planeta, no como burla, sino para desmitificar el fracaso y demostrar cuánto se puede aprender de él y su enorme aporte a la innovación.
En la exposición aparecen marcas de gran renombre, como Coca Cola, Pepsi, Twitter, Ford, Heinz, la mismísima Apple e incluso Donald Trump y su juego de mesa.
Lo cual demuestra que el fracaso puede sobrevenir aunque se tengan recursos, experiencia y se cuente con grandes talentos.
¿Qué motiva el fracaso?
Según West, el punto en común que encuentra en la mayoría de casos desafortunados, es que no se pensó en el usuario final y en el valor que ese producto o servicio le aportaría.
Pero existen otras razones. Thomas Alva Edison logró inventar la bombilla después de cerca de mil pruebas que terminaron en fracaso. Aunque él no las consideraba así, sino que –según le respondió a un discípulo– le valieron para saber mil formas en las que no se debe hacer una bombilla.
A su modo y con siglos de anticipación, Maquiavello le daba la razón al sostener que “el verdadero modo de conocer el camino al paraíso es conocer el que lleva al infierno, para poder evitarlo”.
El error que solemos cometer ante nuestros fracasos, es querer pasar página lo antes posible sin haber analizado por qué hemos fracasado y tomar buena nota de lo que hemos aprendido de esa experiencia.
Es revelador constatar que las empresas con menos miedo al fracaso son las más innovadoras.
¿Nos burlamos de Apple por su fracaso con Newton? En realidad, gracias a ese “fallo”, 12 años más tarde se lanzó el magnífico iPad.
¿Ridiculizamos al doble premio Nobel, Linus Pauling, por su error al asegurar que eran tres las tiras enroscadas en forma de hélice del ADN? Sería injusto, porque continuando su investigación, hoy conocemos que son dos. Saberlo, ha aportado grandes avances científicos y médicos.
Y cuando un fracaso no se reconvierte en éxito, ¿nos reímos de ello? Quizás alguien quiera mofarse del fiasco de la Coca-Cola Black, o de Crystal Pepsi, o del Sony Betamax, o de los MiniDiscs, o del Edsel de Ford, o las Pringles fat free que provocaban colitis, o la lasaña Colgate pero ¿quién es capaz de asegurar que esos fracasos no fueron el aprendizaje necesario para otros éxitos con los que, aparentemente, no guardan ninguna relación?
Se venera la innovación pero se condena el fracaso. Es una contradicción, porque el entorno más apropiado para generar nuevas ideas y descubrimientos es aquel en el que no se teme a equivocarse.
Lo ilustra muy bien la profesora Rebecca Ribbing, cuando pregunta ¿qué acróbata estará más dispuesto a experimentar nuevas piruetas, el que cuenta con una red de seguridad o el que no?
No se trata de amar o venerar el fracaso en sí –como algunos predican– sino de propiciar la innovación y buscar otros caminos sin miedo a fracasar. Lo que debe provocar miedo es no experimentar, no probar, no intentar, no abrir nuevas vías de desarrollo.
¡Sí! Lo confesamos. Nosotros también tenemos fracasos que nos dan rubor y no los solemos ventilar. Pero muchos de ellos están agazapados en nuestros “casos de éxito”, precisamente, porque esas experiencias poco gratas son las que nos han conducido a innovadores aciertos.
¿Tienes el ambiente propicio para la innovación en tu empresa? ¿Dispones de una “red de seguridad” para que tu equipo se atreva a innovar?
Recuerda que ya no vale aquello de “si funciona, no lo toques”, porque ahora es más valioso pensar que “si algo va bien, asegúrate de ir innovándolo para que siga funcionando” ;).